miércoles, 12 de noviembre de 2008

Palabras de Monelle

Monelle me encontró en la llanura, por donde yo andaba errante, y me tomó de la mano:
-No te sorprendas -me dijo- soy yo y no soy yo.
Me volverás a encontrar y me perderás.
Una vez más volveré entre vosotros; pues pocos hombres me han visto y ninguno
me ha comprendido. Y me olvidarás y me reconocerás y me volverás a olvidar.
Y añadió Monelle:

Yo te hablaré de las pequeñas rameras, y tú sabrás el comienzo.
Cuando Bonaparte el asesino tenía dieciocho años, halló bajo las puertas forjadas del Palais Royal a una pequeña prostituta. Tenía la tez pálida y tiritaba de frío. Pero "era necesario vivir", le dijo ella. Ni tú ni yo sabemos el nombre de esa pequeña a quien Bonaparte llevó, una noche de noviembre, a su cuarto del hotel de Cherburgo. Era de Nantes, en Bretaña. Estaba débil y cansada, y su amante acababa de abandonarla. Era sencilla y buena; su voz sonaba muy dulcemente. Bonaparte recordó todo esto. Y creo que, más tarde, el recuerdo del sonido de su voz lo emocionó hasta las lágrimas y la buscó largo tiempo, durante las noches de invierno, sin volverla a encontrar nunca más.Porque sabrás que las pequeñas rameras solo salen una vez de la muchedumbre nocturna para cumplir una misión de bondad.
La pobre Ana acudió en auxilio de Thomas de Quincey, el fumador de opio, que desfallecía en una ancha calle de Oxford bajo los grandes quinqués encendidos. Con los ojos húmedos le acercó a los labios un vaso de vino dulce, lo abrazó y le prodigó caricias. Luego volvió a sumergirse en la noche. Tal vez murió poco después. "Tosía -dice de Quincey- la última noche que la vi". Quizá erraba aún por las calles; pero, a pesar de su apasionada búsqueda y de haber arrostrado las burlas de las gentes a las cuales interrogaba, Ana se perdió para siempre.
Más tarde, cuando pudo disfrutar de una vivienda abrigada, pensó muchas veces, con lágrimas en los ojos, que la pobre Ana hubiera podido vivir allí, junto a él. En cambio, se la imaginaba enferma, moribunda o desolada, en la negrura central de un burdel de Londres habiendo llevado consigo todo el amor piadoso de su corazón.
Has de saber que ellas lanzan un grito de compasión por vosotros y os acarician la mano con la suya descarnada. No os comprenden sino cuando sois desgraciados; lloran con vosotros y os consuelan.
La pequeña Nelly salió de su infame casa para ir a ver al presidiario Dostoievsky y, agonizando de fiebre, lo miró largamente con sus grandes y temblorosos ojos negros.
La pequeña Sonia (ella existió, como todas las demás) abrazó al asesino Rodino después de confesarle éste su crimen. "¡Está usted perdido!", le dijo con acento desesperado y levantándose súbitamente, se arrojó a su cuello y lo abrazó… "¡No, en este momento no hay sobre la tierra un hombre más desdichado que tú!", exclamó en un impulso de piedad; y de pronto estalló en sollozos.
Como Ana y como aquella muchacha sin nombre que encontró el joven y triste Bonaparte, la pequeña Nelly se sumergió en la bruma. Dostoievsky no dijo que fue de la pequeña Sonia, pálida y demacrada. Ni tú ni yo sabemos si pudo ayudar a Raskolnikof hasta el término de su expiación.
No lo creo. Se apagó suavemente en sus brazos, después de haber sufrido y amado en exceso.
Compréndelo: ninguna de ellas puede permanecer junto a vosotros. Se sentirán demasiado tristes y, además, tienen vergüenza de quedarse. Una vez que vuestro llanto ha cesado, ellas no se atreven a miraros. Os enseñan su lección y luego se van. Vienen en medio del frío y de la lluvia para besar vuestra frente y enjugar vuestros ojos; después, las espantosas tinieblas vuelven a tragarlas. Pues tal vez deben irse a otra parte.
No la conocéis sino se compadecen de vosotros.
No debéis pensar en otra cosa.
No debéis pensar en lo que hayan podido hacer en las tinieblas.
Nelly en esa horrible casa, Sonia ebria sobre el banco del bulevar y Ana devolviendo el recipiente vacío en el comercio de vinos de una oscura callejuela, eran quizá crueles y obscenas. Eran criaturas de carne. Pero cuando salían de un oscuro callejón para dar un beso de piedad bajo el farol encendido, de la ancha calle, en ese momento se tornaban divinas.
Hay que olvidar todo el resto.
Callóse Monelle y me lanzó una mirada:
He salido de la noche -dijo- y volveré a la noche.
Pues yo también soy una pequeña ramera.
Y Monelle dijo después:
Tengo piedad de ti, tengo piedad de ti, mi amado.
Sin embargo, volveré al seno de la noche; pues es necesario que me pierdas, antes de volverme a encontrar.

Y si me encuentras, huiré de ti nuevamente. Pues yo soy la que está sola.
Y dijo luego Monelle:
Porque estoy sola tú me darás el nombre de Monelle.
Pero no olvidarás que tengo todos los otros nombres.
Y yo soy ésta y aquélla y la que no tiene nombre.
Y te conduciré entre mis hermanas, que son yo misma, y semejantes a rameras sin inteligencia.
Y tú las verás atormentadas por el egoísmo, la voluptuosidad, la crueldad, el orgullo, la paciencia y la piedad, sin haberse encontrado todavía a sí mismas.
Y las verás irse a lo lejos, para buscarse a si mismas.
Y tú mismo me encontrarás y yo me encontraré a mí misma; y me perderás y yo te perderé.
Porque soy la que se pierde tan pronto como se la encuentra.
Y añadió Monelle:

Ese día, una mujercita tocará tu mano y huirá.
Porque todas las cosas son fugaces...


Marcel Schowb

No hay comentarios: